En determinadas circunstancias de nuestra vida, nos encontramos con acciones, actitudes, decires y pensamientos nuestros que derechamente nos desagradan o que están fuera de lo que consideramos como correcto o deseable para nosotros. De hecho, nos parece que no fueran propiamente nuestros sino que más bien sólo algo momentáneo o "loco".
Al contrario, aquellas acciones, actitudes, decires y pensamientos que no nos desagradan, sí los consideramos como propios y a esos le dedicamos tiempo y trabajo por mejorar, por "pulir", por desarrollar. Estos sí los consideramos como los que de verdad nos representan y que hablan por nosotros.
Con esto, sin querer, hemos entrado al juego de la dualidad dentro de nosotros mismos. Consideramos a ciertos aspectos nuestros, como buenos y a los otros aspectos, como malos. Nos hemos erigido como juez y parte de nuestra propia realidad.
Es como cuando pulimos una moneda, le sacamos brillo, cuidamos y mostramos aquella cara de la moneda que nos parece más agraciada, más bella y deseable, y dejamos oculta, aquella parte que no nos gusta o que simplemente no hemos asumido como existente y por lo tanto, la desconocemos, al menos parcialmente.
Pero así como una moneda está compuesta por ambas caras, nosotros como seres humanos, también estamos compuestos por ambos aspectos de nuestro ser. Todos tenemos un lado luminoso y otro lado oscuro.
Por supuesto que es mejor visto el que tengamos sólo aspectos luminosos, pero debemos aceptar que también tenemos aspectos oscuros a los que debemos pulimentar, cuidar, considerar y asumir.
Sólo cuando hemos sido capaces de aceptar esta realidad nuestra, comenzamos a hacer el camino de la conciencia. Y sólo después de ello, dejarán de existir estos lados luminosos y oscuros como tales - y como expresión de la dualidad -, sólo existirá el SER, completo y pleno.
Al contrario, aquellas acciones, actitudes, decires y pensamientos que no nos desagradan, sí los consideramos como propios y a esos le dedicamos tiempo y trabajo por mejorar, por "pulir", por desarrollar. Estos sí los consideramos como los que de verdad nos representan y que hablan por nosotros.
Con esto, sin querer, hemos entrado al juego de la dualidad dentro de nosotros mismos. Consideramos a ciertos aspectos nuestros, como buenos y a los otros aspectos, como malos. Nos hemos erigido como juez y parte de nuestra propia realidad.
Es como cuando pulimos una moneda, le sacamos brillo, cuidamos y mostramos aquella cara de la moneda que nos parece más agraciada, más bella y deseable, y dejamos oculta, aquella parte que no nos gusta o que simplemente no hemos asumido como existente y por lo tanto, la desconocemos, al menos parcialmente.
Pero así como una moneda está compuesta por ambas caras, nosotros como seres humanos, también estamos compuestos por ambos aspectos de nuestro ser. Todos tenemos un lado luminoso y otro lado oscuro.
Por supuesto que es mejor visto el que tengamos sólo aspectos luminosos, pero debemos aceptar que también tenemos aspectos oscuros a los que debemos pulimentar, cuidar, considerar y asumir.
Sólo cuando hemos sido capaces de aceptar esta realidad nuestra, comenzamos a hacer el camino de la conciencia. Y sólo después de ello, dejarán de existir estos lados luminosos y oscuros como tales - y como expresión de la dualidad -, sólo existirá el SER, completo y pleno.
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