No es fácil distinguir "dolor" de "sufrimiento". Siendo totalmente diferentes, solemos usarlos indistintamente para referirnos a que algo que nos duele.
Todos sentimos dolor, sea físico o espiritual. Es parte de la vida y nos acompañará mientras vivamos en este plano.
Desde el punto de vista cristiano, el dolor es nuestra escuela de la vida. Lo reconocemos como aquello que nos ayuda a estar despiertos, atentos y plenamente presentes en el aquí y ahora.
Sin embargo, cuando no lo "leemos" bien, se puede transformar en sufrimiento.
El sufrimiento por su parte, nos inmoviliza, nos paraliza. No permite que podamos avanzar al siguiente nivel. No nos aporta nada, excepto el mantenernos en el dolor.
Lo extraño del sufrimiento es que nos hace adictos a lo que provoca en los demás nuestro padecer. Los sentimientos de compasión, de compañía, de atención que mueve en los demás nuestro padecer, refuerza nuestra decisión de sufrir.
Nuestro padecer ya no está asociado a ningún dolor real, sino que al recuerdo del dolor, a lo que nosotros hemos decidido mantener para provocar atención sobre nosotros. Y como esta sensación de atención nos es agradable, alguna parte de nosotros decide permanecer en este padecimiento y no hacer nada más que aquello. Nos inmovilizamos.
Pero frente a la tragedia del dolor, podemos y debemos hacer más:
Todos sentimos dolor, sea físico o espiritual. Es parte de la vida y nos acompañará mientras vivamos en este plano.
Desde el punto de vista cristiano, el dolor es nuestra escuela de la vida. Lo reconocemos como aquello que nos ayuda a estar despiertos, atentos y plenamente presentes en el aquí y ahora.
Sin embargo, cuando no lo "leemos" bien, se puede transformar en sufrimiento.
El sufrimiento por su parte, nos inmoviliza, nos paraliza. No permite que podamos avanzar al siguiente nivel. No nos aporta nada, excepto el mantenernos en el dolor.
Lo extraño del sufrimiento es que nos hace adictos a lo que provoca en los demás nuestro padecer. Los sentimientos de compasión, de compañía, de atención que mueve en los demás nuestro padecer, refuerza nuestra decisión de sufrir.
Nuestro padecer ya no está asociado a ningún dolor real, sino que al recuerdo del dolor, a lo que nosotros hemos decidido mantener para provocar atención sobre nosotros. Y como esta sensación de atención nos es agradable, alguna parte de nosotros decide permanecer en este padecimiento y no hacer nada más que aquello. Nos inmovilizamos.
Pero frente a la tragedia del dolor, podemos y debemos hacer más:
No hay comentarios:
Publicar un comentario