Es bien fuerte para un niño, descubrir que el dolor existe, pero pareciera que hay algo que protege a los niños frente al dolor, una especie de fusible que se quema, que aguanta el chaparrón, pero que permite seguir con la vida adelante. Luego, poco a poco, este niño va creciendo y lentamente ese dolor se va haciendo presente, dosificadamente. Quizás es en ese proceso, cuando el dolor se hace presente, y se hace tan insoportable, tan incomprensible, que nos negamos a esa realidad, nos negamos a seguir sintiendo este dolor, lo negamos, lo intentamos acallar, pero es más fuerte que nosotros mismos y de nuestra capacidad de comprensión, es entonces que surge el sufrimiento.
En ese mismo momento, nuestro sistema energético se derrumba , se desordena, se desarmoniza y surge la manifestación física. Somatizamos a tal nivel que nos acostumbramos a vivir con esa mochila. Finalmente nos enfermamos.
Debemos aprender a aceptar el dolor, saber que siempre estará allí mientras vivamos en este planeta y que se nos presentará con innumerables rostros, pero si comprendemos el para qué está allí, tendremos hecho gran parte del camino de armonización.
El dolor puede ser un gran maestro que nos enseñará cosas extraordinarias. No le temamos.
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