lunes, 15 de diciembre de 2008
OIR O ESCUCHAR...?
En nuestra vida diaria, no siempre estamos concientes de la diferencia entre oir y escuchar.
Nuestra experiencia nos indica que a veces tenemos una especie de oído selectivo, porque escuchamos sólo aquello que nos interesa y el resto, ni lo consideramos.
De alguna forma, quizás por costumbre o por desidia, asumimos el oir y el escuchar como sinónimos y pensamos que mientras podamos oir está todo bien.
El oir, es el simple uso de nuestro sentido auditivo y es lo que hacemos normalmente cuando vivimos nuestra vida. No implica ningún esfuerzo personal de nada, excepto quizás el orientar nuestro oído hacia el lugar en donde se genera el sonido para percibirlo mejor, pero nada más que eso.
El escuchar en cambio, implica no sólo utilizar nuestro sentido auditivo sino que también ponderar lo que oímos e interpretarlo, es decir, hacer conciencia de lo que estamos oyendo.
Este hacer conciencia de lo oído para poder escuchar, es comprender lo que se nos dice y este comprender no es tarea fácil.
Primero, porque normalmente este comprender es desde nuestra propia experiencia y esta puede ser muy diferente del que nos está diciendo algo y por lo tanto lo que se nos está diciendo simplemente no logramos asirlo adecuadamente.
Segundo, porque quien nos dice algo también lo está haciendo desde su propia comprensión de lo que le está pasando y esta comprensión de su realidad que le permite decir lo que dice, también esta supeditada a su experiencia por lo que es muy probable que lo que dice, no refleje lo que realmente le está pasando.
Finalmente el escuchar es una tarea compleja porque ambos, tanto el que dice como el que oye, lo está haciendo desde su propio estado anímico y emoción y aquí si que estamos en terrenos sensibles para nuestra capacidad de oir y de comprender.
Pareciera entonces que el escuchar, de verdad requiere de un estado de conciencia mayor y de verdad implica estar en una actitud adecuada, la que no sólo le facilitará al otro el decir, sino que nos permitirá el estar volcados hacia el otro, totalmente receptivos y armónicos, condiciones para en verdad escuchar.
En otras palabras, para oir nos basta el oído, pero para escuchar es preciso nuestra voluntad y conciencia.
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